De todo y de nada se trata la novena película de Quentin Tarantino, “Había una vez en Hollywood”. Esta cinta viene a ser un trabajo fílmico muy personal del cineasta donde vemos todas sus referencias, aquellos momentos, objetos, música y demás elementos que lo formaron y lo llevaron a ser la personalidad tan importante que hoy representa en la industria del cine.
Sin embargo, la narrativa de la misma está tan saturada que el ritmo para desarrollarse es tambaleante, si bien no aburre, logra ser aletargada, el sillón del asiento de la sala de cine te comienza a cobrar factura después de dos horas donde pasan muchas cosas, pero que no entiendes para qué tanto, pero estás ahí firme, expectante y ansioso para que llegue el momento “tarantinesco” que sí ocurre, tan solo por eso el filme se redime en la última media hora.
La cinta es buena, pero hasta ahí. Sus valores más interesantes y extraordinarios recaen en las actuaciones; la música, que siempre será un sello irrefutable de Tarantino; la escenografía y la ambientación, estos elementos son los que la elevan mucho más, pese a su trama.
Leonardo DiCaprio y Brad Pitt son dos monstruos, enormes actores, con un humor bastante negro y agudo que suman muchísimo, tan solo verlos a ellos vale la pena estar casi tres horas en la sala de cine. “Con 1969 como contexto, Tarantino se dio a la tarea de recrear la época y el sitio de sus años formativos, cuando absolutamente todo – Estados Unidos, la ciudad de Los Ángeles, el sistema de estrellas en Hollywood, incluso las mismísimas películas– se hallaba en un punto de inflexión y nadie tenía idea de dónde podrían caer las piezas en suspenso”, se explica en la sinopsis del filme y es cierto.
Leo es “Rick Dalton”, un villano de cintas western que ha entrado en una parte complicada de su carrera al hacerse un adulto contemporáneo, ya lo llaman para ser el soporte y no la cara fresca de las películas, su doble, amigo, aliado y chofer es “Cliff Booth” (Brad), un ex militar cuya vida es un misterio, pero que finalmente lo da todo por la camaradería. Y mientras ambos están buscando la manera de sobrevivir en sus respectivos círculos, vemos como la industria del cine en Hollywood va cambiando, entrando a una nueva década y revitalizándose de los tiempos modernos de ese entonces.
De manera paralela aparece Sharon Tate, encarnada por Margot Robbie. Y discúlpenme pero pareciera que Tarantino solo la fichó para la película como elemento decorativo, ahí es donde creo que está el fallo más visible de la cinta.
El director ya había dicho que le interesaba la historia de esta actriz quien fuera esposa de Roman Polanski y quien murió de una manera muy atroz por los miembros de una secta de Charles Manson. El cineasta le da un giro a esta historia en su película, pero la participación de Margot es contemplativa, no hay un punto medular donde se desarrolle algo interesante, el personaje es retratado muy superficial, visto de lejos, como las rubias de siempre que nos contaron en Hollywood: bonitas, cándidas y hasta bobas. Entonces, no se aporta nada. La historia de Sharon parece solo ser un pretexto para incorporarlo en “Había una vez en Hollywood”, pero se siente adherido, no como parte de un todo.
“Había una vez en Hollywood” es una obra fílmica que hay que ver por los personajes que intervienen, por la manufactura de 95 millones que representa, porque es la penúltima película de Tarantino, porque sus valores técnicos son maravillosos, pero no es una cinta cumbre, eso sí, podríamos decir que es el trabajo fílmico más culto que tiene el cineasta.