El día que dejé Grindr: Una historia para defender el amor propio

Hace unos 3 años, después de una ruptura amorosa, decidí darle a mi vida un giro completo, dejé atrás mi rutina dentro de la Zona Metropolitana de Guadalajara para aventurarme a vivir 20 kilómetros fuera de la ciudad. El lugar donde ahora vivo, es un espacio muy tranquilo, pero sigue urbanizándose. Sin embargo, al mudarme a este sitio, comencé a tener un impacto en mis relaciones personales, ya que debido a la lejanía, ni mis amigos querían venir a visitarme, así que adopté la aplicación de ligue –Grindr– como un medio para empezar a relacionarme con el entorno y quizá hacer nuevos amigos.

Para mi sorpresa la vida gay en mis alrededores era bastante peculiar. Los contactos más cercanos siempre se localizaban a 3 kilómetros o a más –en su mayoría se encontraban en los pueblitos que empezaron a quedarse atrapados dentro de la era de la modernidad con los fraccionamientos que han sido construidos por la zona–.

Aunque para mí no significaba un problema utilizar esta app de contacto, para ellos sí, vivían una doble vida ante la gente del pueblo de donde son originarios, y para sincerarme, esa doble moral me empezó a dar mucha flojera. Así que en muchas ocasiones solo usaba Grindr al volver a casa, como un medio para charlar con quien fuera, para mitigar mi soledad y de vez en cuando para algún encuentro casual.

Poco tiempo después, empezaron a brotar a escasa distancia, nuevos usuarios y entre estos, apareció Samuel. Si bien no mostraba una foto completa de su rostro, tenía una sonrisa que me llamaba mucho la atención. Lo vi conectado por algunos días hasta que me anime a dar el primer paso y le saludé. Ese “hola” que envié no fue inmediatamente contestado. Días después me regresó el saludo y empezamos a entablar charlas esporádicas, ya que constantemente borraba y añadía la aplicación. En alguna ocasión me compartió una foto completa de él, un chico de ojos color aceituna, muy bien parecido, muy apegado a su familia.

En los últimos dos años nuestras conversaciones fueron solo algo cíclico, sin mucha trascendencia más que el decirme que andaba “hot”, y yo de imbécil ofreciéndole “un masajito” para justificar mi incapacidad de decir abiertamente, “sí, yo también estoy hot”. Así transcurrieron los años hasta que en la penúltima conversación en Grindr el tema se tornó a algo más personal y pudimos conversar de otros temas, hasta que como de costumbre, desapareció de la app.

No fue hasta un domingo, mientras hacia el súper, que el destino me pondría cara a cara con Samuel mientras compraba un poco de repostería para la semana. Al verlo de reojo pude percatarme de que era el mismo chico con el que había tenido el mismo ciclo de conversaciones y que en realidad sí existía.

En un segundo los dos nos miramos y nos ignoramos. Más bien, yo decidí no hacer evidente que sabía de quién se trataba para no hacerme, ni hacerle pasar por un momento incómodo, ya que él venía con su mamá. Me alejé de la zona y continúe con mis actividades en el supermercado y no mire atrás. Algo me decía que si había hecho relación de mi cara con la app, me lo haría saber.

Dicho y hecho, horas después recibo un mensaje de un perfil con una foto de dos edificios en la playa diciéndome que me había visto en el súper y que tenía “lo mío” (refiriéndose a mi cuerpo). Después de ese comentario fingí sorprenderme de que no ubicaba a nadie del súper y mucho menos haber visto dos edificios mientras estuve ahí –haciendo alusión a su foto con un poco de sarcasmo–.

Continúo haciéndome otros comentarios respecto a mi persona, hasta que en especial uno llamo mi atención. Me pregunto qué porque si no era “obvia” –término para identificar a alguien amanerado–, me teñía el cabello de gris, que no era normal esos colores en un chico. Ahí pude darme cuenta de que todo este tiempo me había estado juzgando bajo un estereotipo, hasta que vio la realidad y se dio que no era tan afeminado como él pensaba. Que hay que decir que ser amanerado no tiene nada de malo, por el contrario.

Desafortunadamente, la cosa no paro ahí. Después de un rato me envió una foto de él –sabiendo yo perfectamente con quien hablaba–, me proporcionó su número y me dijo que mejor charláramos por WhatsApp. Accedí a darle una oportunidad y continuar la conversación por ese medio.

Para mi desilusión, cada minuto que transcurría con él dialogando se había convertido en la Santa Inquisición, pues aunque después de verme en persona, yo le parecí atractivo físicamente, su percepción sobre mí estaba llena de prejuicios sin conocerme aún de manera más personal.

Había sido juzgado por el con base a una foto por mi imagen, fui tachado de parecer drogadicto, de ser afeminado por teñirme el cabello, de ser promiscuo por el simple hecho de estar en línea en Grindr–aparentemente todo el tiempo– y de no confiar en mi por tal razón. Pero me decía que yo tenía la fortuna de que me daría la oportunidad de facilitarme la absolución a mis pecados y ganarme su confianza, para ser yo el que pudiera quitar esa imagen tan negativa que tenía de mí.

En ese momento tomé la poquita dignidad que me quedaba y le hice saber que todo eso que él pensaba acerca de mí, era una imagen llena de prejuicios y que no era de mi interés el ir por la vida cambiando esa percepción ante él y mucho menos a la sociedad, ya que lo que los demás digan o piensen de mí, no me interesa.

Después de esa anécdota cerré la conversación, y decidí no fomentar una relación de ningún tipo con personas dentro de la comunidad que continúen avivando la práctica de juzgar y suponer cosas sin conocer a la gente. Solo puedo agradecerle ser el mejor pretexto que me haya pasado para poder borrar Grindr y enfocar mi tiempo en cosas más importantes. Es por eso que comparto esta anécdota como un pequeño reflejo de nuestra comunidad que aún sigue juzgando bajo los estereotipos machistas conformados por la imagen de las personas.

Imagen de Fabricio Atilano.

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Becky D’Vich

Una dama embelesada de las bellas artes. Y también de la moda, desde lo vintage hasta su evolución actual. Conservadora, soñadora y otras tantas veces muy jocosa. Enamorada de las buenas causas y de ser quién debes ser.

RosaDistrito

En este blog Kike Esparza habla desde su experiencia, 12 años en el periodismo le han permitido adentrarse y disfrutar de tópicos como el cine, la música, la moda y la diversidad. Rosa Distrito es el espacio que disfrutamos todos.

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