SARAO: La marcha que cambió mi vida

La siguiente historia forma parte de la convocatoria #Sarao2020 convocada por Robsmx en alianza con Codise AC, Guadalajara Pride, Puro Mole y Rosa Distrito. El objetivo de la convocatoria es impulsar la escritura de historias LGBTIQ+ del país. Como resultado se creó un libro digital con 17 historias que puedes descargar gratuitamente en www.librosarao.com. Con el objetivo de seguir dando visibilidad a las historias que recibimos, las estaremos publicando semanalmente para que las puedan disfrutar tanto como nosotros. ¡Disfruta esta historia y compártela con el hashtag #Sarao2020!

La marcha que cambió mi vida

Por: Carlos Bautista

Pasar a través de una puerta es un acto sin importancia para la mayoría de las personas, ya sea para salir de casa o ingresar a ella, abordar el automóvil o entrar a la oficina… hechos totalmente irrelevantes. Sin embargo, no siempre es así de sencillo. Uno nunca sabe si la persona que acaba de pasar por el umbral de la puerta será la misma cuando la vuelva a cruzar. Y eso es justamente lo que yo descubriría la mañana del jueves 30 de mayo del 2019.

Desde pequeño siempre supe que tenía cierta atracción por los hombres, aunque en ese momento desconocía todo sobre la homo y bisexualidad. También me gustaban las mujeres, incluso llegué a tener algunas novias hasta la secundaria. Fue en esa etapa de mi vida cuando acepté mi orientación sexual, pues descubrí que ahora eran los hombres los que me provocaban mayor atracción.

Desafortunadamente, la comunidad LGBT+ siempre ha sido objeto de burla, discriminación y agresiones (tanto física como verbales), y todo eso lo viví en la preparatoria, aun con mis amigos. Pero no todo era malo en mi vida de adolescente: encontré amistades que también eran como yo y que me manifestaron todo su amor y apoyo necesario para que no me avergonzara de mí mismo y para hacerle frente a los retos que tenía por delante.

Gracias a ellos, en la universidad no tuve dificultades para expresarme abiertamente: decir que me gustaban los hombres, que tenía novio o que estaba conociendo a algún chico ya no eran problema. Pero había muchas cosas que aún me faltan por hacer: salir del clóset con mi familia, expresarme abiertamente en público (y no solo con amigos) y asistir a una Marcha del Orgullo. Nunca en mi vida había participado en este gran evento. Cada año escuchaba en las noticias que cientos de personas LGBT+ se reunían para marchar por las calles de la ciudad, y yo no estaba entre ellos. Tuve muchas oportunidades de ir, pero siempre surgía algo que al final me impedía asistir.

Después de terminar la universidad empecé a trabajar en uno de los portales LGBT+ más importantes de habla hispana. Aún desconocía muchas cosas de nuestro mundo, así que decidí abordar temas culturales e históricos que nos dieran una nueva perspectiva sobre nuestra comunidad. Todo marchaba de forma correcta, hasta que un día mis jefes me preguntaron qué era lo que más me había gustado de mi primera Marcha del Orgullo. La respuesta no podía ser otra: «Jamás he ido a una». De un momento a otro, todos me llenaron con cuestionamientos, los cuales respondí sintiéndome como un ser extraño entre todo el equipo de trabajo.

No sé si fue gracias a mi desempeño en el trabajo o que ese día llegué antes que todos a la oficina, pero mi jefe me recibió con una noticia: faltaban tres semanas para las celebraciones del Mes del Orgullo en Guadalajara y algunos medios de comunicación nacionales e internacionales habían sido invitados a participar en el “Guadalajara Pride 2019”; entre ellos estábamos nosotros, y el elegido para asistir era yo. Mi rostro no pudo ocultar toda la felicidad y la emoción que me invadió; todo el día tuve una enorme sonrisa. Lo primero que hice saliendo de la oficina fue notificárselo a mis amigos y a mi familia. Sin embargo, a ellos simplemente les dije que me enviarían a la capital de Jalisco a cubrir un evento, pues aún no sabían de mi orientación sexual.

Los días se fueron muy rápido. Lo único que pensaba durante esas semanas era tener mis cosas listas para el viaje; quería que todo saliera bien y disfrutar lo más posible mi estadía en Guadalajara y en la marcha. Finalmente llegó el ansiado jueves. Tomé la maleta, me despedí de mi familia, crucé la puerta y partí rumbo a la oficina. Cerca del mediodía terminé los últimos pendientes que tenía. Antes de abordar el Uber que me llevaría al aeropuerto mi jefe me dijo: «Disfrútalo y diviértete mucho». De corazón se lo agradecí, pues ese gesto suyo lo recordaría para siempre.

Las dos horas de espera en el aeropuerto se me hicieron eternas. Era la primera vez que viajaría en avión y yo estaba hecho una olla de nervios y emociones. Para mí, el tiempo se detuvo: justo cuando el avión se puso en marcha sobre la pista me agarré con fuerza del asiento y caí en la cuenta de que mi primera marcha no sería en mi natal Ciudad de México, sino en Guadalajara, considerada por muchos como la capital LGBT+ de América Latina. Logré asomarme un poco por la ventana y vi cómo todo quedaba atrás: los millones de personas en las calles, los altos rascacielos y los eternos volcanes que custodian al Valle de México. Ahora estaba a punto de embarcarme en una gran aventura.

Lo primero que noté al llegar a esta ciudad fue el calor, mayor al que estamos acostumbrados en la Ciudad de México. Estaba ansioso por bajar del avión y pisar tierra tapatía. A la salida del aeropuerto ya estaba el transporte que nos llevaría a nuestro hotel. No presté mucha atención a lo que nuestra guía nos iba diciendo, estaba viendo por la ventana el nuevo horizonte que se abría frente a mis ojos: las principales avenidas de Guadalajara, la glorieta de La Minerva, el Templo Expiatorio del Santísimo Sacramento (máximo exponente del neogótico en México), la rectoría de la Universidad de Guadalajara, entre muchos otros íconos de la ciudad. No aguantaba más, quería salir y recorrer todos los rincones de esta hermosa metrópoli.

La primera noche fue de bienvenida y de fiesta. Cientos de personas y personalidades de la comunidad LGBT+ presentes en el mismo lugar para apreciar expresiones artísticas y para compartir un poco de sus vidas. Todos los presentes teníamos un mismo sentir y un mismo objetivo: seguir luchando por nuestros derechos y sentirnos orgullos de quienes somos.

Era viernes por la mañana. Me levanté y lo primero que hice fue abrir las cortinas de la habitación de par en par. Frente a mí estaba toda la urbe recibiendo los primeros rayos de sol. Esa ciudad me estaba aguardando. Llegamos al centro histórico y ahí estaba la imponente Catedral de Guadalajara, con sus torres neogóticas e infinidad de secretos listos para ser descubiertos. Como fanático de la fotografía y de la arquitectura, no desaproveché la oportunidad mientras recorríamos el conjunto catedralicio, el palacio municipal y el Palacio de Gobierno de Jalisco, el Teatro Degollado y el Hospicio Cabañas, con sus increíbles murales de José Clemente Orozco.

Los rincones y la gastronomía de Guadalajara me habían enamorado. No quería regresar a mi ciudad, pues aún había mucho por hacer en esta tierra. Mi estadía no sería suficiente para verlo todo, y ni siquiera estoy seguro de que toda una vida sea suficiente para conocer a la perfección la Perla Tapatía.

De regreso al hotel, me di la oportunidad de escaparme un rato y seguir recorriendo algunas zonas de la capital. Fue así como terminé en un centro comercial ubicado al norte de la ciudad, mismo que días después se inundaría a consecuencia de una intensa tormenta. La noche apenas empezaba y ya estábamos listos para cenar y continuar con la fiesta hasta que el cuerpo aguantara; pero era imperativo que debíamos ahorrar energía para el día siguiente.

El gran día que había estado esperando durante toda mi vida había llegado: el sábado 1° de junio se realizaría la Marcha del Orgullo… ¡mi primera marcha! Luego de dar un pequeño tour por otra zona de la ciudad nos dirigimos a la glorieta de La Minerva. Aún no descendíamos de la camioneta cuando ya se escuchaba la algarabía de los asistentes reunidos.

Mis ojos no podían dar crédito: miles de personas iban de un lado a otros, algunos vestían atuendos espectaculares, unos más presumían sus escultóricos cuerpos, otros ondeaban sus banderas del Orgullo; empresas nacionales e internacionales reunían a sus contingentes y los carros alegóricos estaban listos para iniciar el recorrido. Todo ello trataba de conservarlo en fotografías, pero sobre todo en mi corazón. Ese día sería inolvidable. Finalmente se oyeron gritos de alegría: la marcha había iniciado oficialmente y no quería perder detalle alguno. La oportunidad era única, así que compré una bandera multicolor, corrí hacia La Minerva y me tomé una foto con la sonrisa más enorme que pude, una sonrisa que demostraba lo orgulloso que me sentía de ser quien soy.

Para mí ya era el mejor día de mi vida, pero nunca me hubiera imaginado que una persona desde un carro alegórico me invitaría a subir y a presenciar desde ahí a todo el contingente que marchaba rumbo al centro histórico, rumbo a la libertad. No lo dudé ni un segundo. Como pude subí y lo vi absolutamente todo. Mi sonrisa se hizo más enorme y no pude evitar que una lágrima recorriera mi rostro: era mi primera marcha, estaba en lo más alto de un carro alegórico y experimenté por primera vez la libertad de expresarme tal cual soy.

Si algo sabemos muy bien las personas LGBT+ es disfrutar la vida al máximo, y esta clase de eventos son la clara muestra de ello. Todos los asistentes cantábamos hasta quedar afónicos, bailábamos en todo momento, hondeábamos las banderas tan alto como nuestros brazos lo permitieran y lo gozamos con toda el alma. Desde mi lugar tuve la oportunidad de saludar a todos los participantes y ver innumerables muestras de afecto hacia la comunidad LGBT+: personas con carteles regalando abrazos, familias tradicionales con hijos en hombros saludando a los contingentes y padres expresando su apoyo y amor a sus hijos.

Toda mi alegría se ensombreció por momento al imaginar a mi familia entre la multitud saludándome y amándome por ser yo, pero sabía que una escena de ese tipo nunca ocurriría: ellos son sumamente conservadores y hasta cierto punto homofóbicos. Pero no había cabida para la tristeza, este era mi día y estaba dispuesto a disfrutar cada segundo.

Después de un largo recorrido llegamos al punto final de la marcha. La postal era magnífica: miles de personas abarrotando toda la explanada, la catedral se rendía a nuestros pies y ante cientos de banderas de arcoíris por todos lados. El sol empezaba a declinar entre las nubes y en el cielo se extendía un amplio abanico de rayos como si coronaran nuestra celebración. Algunos días después, durante la marcha de la Ciudad de México también ocurrió un evento natural (casi divino) que impresionó a todos: el sol aún brillaba entre las nubes amenazantes de tormenta cuando dos arcoíris se extendieron sobre la ciudad. Aquel momento quedaría para la posteridad entre cientos de fotografías que inundaron las redes sociales.

Lo había logrado: llegué hasta el final y todo había sido perfecto. No sabía si mi cuerpo continuaba temblando por el ambiente festivo o por todas las emociones que invadían mi cuerpo. Luego de permanecer un rato en el concierto, era hora de volver al hotel; las celebraciones apenas empezaban y la noche aún no iniciaba.

Después de unos minutos de descanso nos dirigimos a una cena muy especial. Todos los medios nacionales e internacionales invitados estábamos en la mesa disfrutando los exquisitos platillos de esta tierra. Por supuesto que la marcha era el tema del momento y todos compartimos nuestras experiencias, así como nuestro agradecimiento por todo lo que la ciudad y sus habitantes nos habían dado. Era nuestra última noche en Guadalajara y por supuesto que no nos podíamos ir sin las últimas fiestas. Aquella noche, mi cuerpo disfrutó como nunca y supe que una parte de mí se quedaría para siempre en esta ciudad.

El domingo muy temprano continuamos con las últimas actividades. Nos dirigimos al centro de Tlaquepaque, donde nos deleitamos con un tamal de arcoíris (apodado por nosotros como el «tamal gay») y disfrutamos de la tradicional «Carrera de tacones». Nuevamente abordamos la camioneta, pero esta vez era para despedirnos de Guadalajara. Salimos rumbo al aeropuerto y antes de abordar el avión compré un souvenir de mi primer viaje a Guadalajara. Antes del anochecer estaba de regreso en la Ciudad de México. A través del cristal del automóvil veía a los aviones surcar el cielo de la capital y mi único pensamiento era regresar pronto Jalisco.

Crucé la puerta de mi casa y fui recibido con abrazos. Mi familia creía que estaba de vuelta, pero no sabían que la persona que tenían de frente no era la misma que unos días antes se había despedido de ellos. Yo también creí que había regresado a mi estilo de vida de siempre, pero uno nunca sabe lo que el día de mañana le tiene deparado.

Ese viaje cambió radicalmente mi vida. No quería ocultarme más y estaba dispuesto a defender mi verdadero yo. Me había ido de Guadalajara, pero Guadalajara nunca me dejó, y me lo hizo saber de la forma más caprichosa:

En aquella celebración, un profesor marchó; nunca nos vimos la cara y, sin embargo, estuvimos tan cerca. Una semana después de aquel viaje, nos conocimos en una entrevista para mi trabajo, y gracias al tema de la marcha surgió un interés entre ambos que pronto se convertiría en amor. Esa era la señal para que regresara a Jalisco. No lo sabía, pero mi vida estaba a punto de cambiar otra vez… pero esa es otra historia.

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La Redacción

¡Sonríe, todo pasa, todo mejora! Equipo de redacción de Rosa Distrito.

RosaDistrito

En este blog Kike Esparza habla desde su experiencia, 12 años en el periodismo le han permitido adentrarse y disfrutar de tópicos como el cine, la música, la moda y la diversidad. Rosa Distrito es el espacio que disfrutamos todos.

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